Robert Vargas, entre el homenaje merecido y el verdadero.

SUPERATE

Emprendedor por naturaleza, pionero de los medios digitales en el país, alma de profesor, de excelente pluma y de duro comportamiento.

No soy quien para tratar de emular a alguien y menos, evaluar la vida; detrás de cada risa hay una lágrima que precede, además de historias no contadas e incluso otras que nadie querría contar.

«La muerte no es verdad si se ha cumplido bien la obra de la vida» – José Martí.

Ser alumno no es anunciarlo, ni el homenaje va en nombrar una habitación o una calle con el nombre; se recuerdan las acciones y el homenaje es actuar y desarrollarse en la vida según lo positivo que aquel que ya no está con nosotros nos dejara.

En un contexto donde tantos comunicadores y periodistas no estudian, se dedican al sicariato y al mercenarismo editorial, a servirles a los políticos como lacayos de baja realeza, recordar al profesor es fácil si acaso le respetas pero muy hipócrita en cuanto el pensamiento sea ver cuánto vale tu palabra, tu medio, tu noticia.

Robert podría ser el autor de muchas notas, escritos, y anécdotas; su historia periodística contra lo peor de la política y la ambigüedad de ponerse de frente contra algunos de los mejores exponentes de esta hacen que la comprensión de su comportamiento como humano sea propio de análisis del personaje en el contexto y en el tiempo, imposibles de resumir en algún texto.

Asumió el rol de enseñar a sabiendas, como todo buen profesor, que algunos alumnos asimilarían lo mejor de sus enseñanzas y otros, en comportamientos de quienes no asumen consejos, terminarían siendo lo contrario a lo enseñado. Terminó con líneas incomprensibles con su vida de izquierdas y al lado de los más sacrificados y perseguidos buscadores de verdaderas transformaciones del país.

De nada vale evaluar a quien asumió posturas propias solo desde el cántico de sus glorias, si no somos lo suficientemente honestos de decir en lo que no estuvimos de acuerdo, pues es muy posible que eso fuera lo que a Robert le gustaba: no aplausos, sino debate; no loas, sino rebates; no adulonería, sino estudios de su propia existencia.

Robert creció con la ciudad y apostó por ella, sucumbió a conflictos que nunca debieron ser asumidos y se entretuvo en quienes no merecieron ni un ápice de su atención. Conoció a unos y a otros para someterlos a sus escritos, entendiendo siempre cuál es el rol del periodismo, sabiendo que cada párrafo crea ronchas y sonrisas, maldiciones incluidas.

Tomaré, como me enseñó el marxismo que comentaba con el propio Robert, lo positivo de él mismo y buscaré siempre analizar lo que no fue de emular en su vida, si es menester, siempre atendiendo a la máxima de que la vida es demasiado efímera para entretenerse en quienes no tienen nada o casi nada que aportar, como Robert, entre otros, me enseñó.

A cada quien su espacio, a cada quien sus glorias, desconfiando siempre de quienes quieran llamarle «profesor» sin entender sus formas de enseñar y menos, compartían con él nada de toda una vida de experiencias que ojalá, ojalá, existieran en Santo Domingo Este algunos que buscarán conocer al menos, más allá de emular, lo cual está impedido para quienes no quieren aprender.

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