Respuesta de la UDC al Sermón de las Siete Palabras

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El sermón de Las Siete Palabras siempre ha sido una columna fundamental en la divulgación del evangelio y la Palabra de Jesús. Casi siempre esa prédica ha servido para presentar las condiciones de abandono, miseria y desesperanza, en que se encuentra un sector mayoritario de la República Dominicana.

Por años la iglesia católica ha sido la voz de los que están mudos, de los que padecen las injusticias sobre sus espaldas, de los que no tienen pan, de los que agonizan sin asistencia médica, de los que no reciben una educación que les permita insertarse en los medios de producción.

Pero este año el Sermón de las Siete Palabras ha servido para reflejar de manera clara en manos de quien esta nuestra Santa Iglesia Católica. En el Sermón se acusa a patriotas y nacionalistas dominicanos de xenofobia, racismo y odio contra los haitianos.

Son ideas que vienen de países desarrollados y organismos internacionales, con un mensaje muy distorsionado de que somos una tierra de discriminación racial, y de que le negamos la nacionalidad a los haitianos nacidos aquí.

Sacerdotes que deben estar comprometidos con su pueblo; hoy ocultan la verdad para acomodarla a propósitos anti-patrióticos. El Sermón de las Siete Palabras no puede ser una tribuna para lanzar cieno sobre la Patria, sino que debe ser la palabra que llega al pobre para ayudarlo a levantarse de su miseria. La voz del que clama en el desierto.

Los haitianos y los dominicanos conforman parte de dos pueblos diferentes, por la formación educativa, religiosa, mística de trabajo, principios de respeto e idiosincrasia. Pensar en la refundición de la isla, y levantar ideas tremendistas, como los curas del Sermón, es tratar de acertarle una estocada al patriotismo nacional.

Esta conducta no es nueva. Desde hace algún tiempo, los integrantes de la nueva jefatura de la Iglesia Católica, comenzando con el ahora arzobispo de Santo Domingo, han mantenido una constante prédica de que se les dé la nacionalidad dominicana a todos los hijos de ilegales nacidos en el país, a pesar de que una disposición constitucional los declara extranjeros.

Ese sector de la iglesia católica, que desplazó al Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, quiere políticas migratorias de frontera abierta y que se entregue carnet de residencia y permiso de trabajo a todos los integrantes de la ocupación pacífica que padecen los dominicanos.

Olvidan estos sacerdotes que ningún país ha sido más solidario con Haití que la República Dominicana. Nosotros en la UDC fuimos los primeros que llegamos cargados de ayuda para el pueblo haitiano a raíz del trágico terremoto del 2010.
Esa ayuda se coordinó y entrego al pueblo haitiano a través de los sacerdotes de la Congregación de Padres Laparistas en Puerto Príncipe y a través del Padre Gregorio Alegría de la Parroquia San Vicente de Paul de Los Mina.
Los haitianos trabajan en el país masivamente en la industria de la construcción, la agricultura, la agroindustria, en el turismo, como porteros en todas las torres de la ciudad, prácticamente sin exigirles ningún documento. Nuestros hospitales están llenos de parturientas haitianas, creando inconveniente de cupo para las dominicanas, sin contar con las enfermedades que ya habíamos erradicado como la difteria, paludismo, etc.

La Iglesia Católica tiene que revisar y medir sus pasos. Su misión es salvar almas, estar al lado de los pobres, como proclamo Jesús, y buscar la verdad, porque si conocemos la verdad esta nos hará libres. Si la iglesia se mete de nuevo a ser ariete de consignas políticas extrañas se alejará de su base de sustentación, que debe ser estar al lado de los humildes, del pueblo, de los pobres de espíritu.

La Iglesia fue la principal impulsadora del Golpe de Estado a Juan Bosch, cercenando la democracia, la constitución, y dando paso a un estallido popular, como fue la revolución del 24 de Abril del 1965, donde se derramó sangre de miles de dominicanos defendiendo la soberanía del pueblo dominicano, acción ésta que dividió la familia dominicana.

Fue también la misma iglesia que aposentó por cerca de 30 años al tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina, al aprobarse el concordato, a raíz del Informe de la Misión Fronteriza escrita por el reverendo R.P. Santana, misionero jesuita, del 1936 al 1957 y luego abandonándolo cuando ya era claro su declive y su rechazo por toda la comunidad nacional. Nunca se hizo esa iglesia un mea-culpa, un golpe de pecho, por esas acciones impensadas y temerarias que tanto daño hizo al pueblo dominicano.

Los nuevos jefes de la Iglesia Católica Dominicana deben reflexionar sobre sus pasos. El contenido del Sermón de las Siete Palabras fue un desacierto que debe ser enmendado en el acto. El pueblo dominicano no merece ni va a tolerar que los llamados a ser sus guías morales y espirituales tomen por el camino lateral de echar lodo sobre nuestra nacionalidad y nuestro patriotismo.

Esta nueva iglesia, en vez de dedicarse a estimular la división entre los dominicanos, debería emular a aquellos que han pasado por su seno predicando el amor y la unidad entre nosotros, ejemplos que los hay en grandes cantidades y que sería prolijo enumerar.

Reconocemos los servicios prestados por la Iglesia Católica al país y por eso, sorprendidos por este Sermón, nos permitimos fijar esta posición. Somos cristianos, creemos y divulgamos el pensamiento de Jesús, por lo que tenemos como nuestro frontispicio central su frase de “Conoceréis la verdad, y la Verdad os Hará libres!.

¡“Dónde haya dos o más reunidos en mi nombre, allí estaré yo”!. El calvario de Jesús debe servir a mejores propósitos. Amén.

Luis Acosta Moreta

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